19/5/12

No le conocía, pero me hubiera gustado.


Las vueltas que da la vida le hacen a uno ponerse transcendental muy de vez en cuando, al menos en mi caso, y ésta de la que escribo ahora es una de ellas.

¿Alguna vez te has planteado que dirán de ti el día de tu funeral, si es que alguien dice algo?

No sé lo que se dirá en el mío, pero sí tengo una idea de lo que me gustaría que pensaran sobre mi, y también de lo que no. Por lo que me gustaría ser recordado y por lo que no. Por lo que me gustaría haber sido querido y por qué no, por lo que alguno pensará que son los motivos para odiarme. Básicamente creo que lo que me gustaría es haber dejado algún poso en mi entorno que haga que alguien, de vez en cuando, se siga acordando de mi paso por estos lares.

No soy amigo de funerales, entierros ni nada que tenga que ver con la muerte, no sé, no me sientan bien, y no es broma, mi cuerpo lo rechaza sistemáticamente. Cuanto más cercano es el difunto peor me pongo, cólicos, vómitos … un numerito que no soy capaz de controlar, es curioso, buscaré en Wikipedia o fuente igual de fiable si hay bibliografía o precedentes al respecto. Debería hacérmelo ver, aunque como afortunadamente a la gente a la que quiero no le da por morirse muy asiduamente lo llevo bastante bien, hasta que alguno ejerce y entonces lo llevo bastante mal. No sé si es un mecanismo de defensa de mi cuerpo ante algo tan absurdo como morirse, pero es una cosa curiosa, física, irracional.

Hace ya varias semanas acudí a un funeral. El fallecido, el padre de M. No le conocía. Sólo conocía a M. y a su marido. Y a alguno de los amigos de M.

Mi relación con M. data de hace más de 3 lustros, cuando ella era una súperdirectiva y yo el recién llegado al equipo. Mis primeras impresiones de ella no fueron muy buenas, lo reconozco. Muy exigente, analítica hasta la desesperación y una lentitud exasperante a la hora de tomar decisiones. Y fría como el hielo. Así la veía yo por aquel entonces. Afortunadamente no tenía que trabajar con ella directamente. Mi jefa era la que lidiaba con ella de tú a tú.

Unos años después, “carambola organigrámica”, se convirtió en mi jefa directa. Mi fulgurante carrera estaba a punto de irse al traste, pensé. Pero aguanté el tirón, me formé, curré como un trabajador de la empresa privada en una multinacional, comprendí su “rational”, su manera de hacer las cosas, pasamos muchas horas y reuniones juntos, viajamos, me esforzé por estar a la altura, empecé a entender … y poco a poco comprendí lo ciego que había estado y lo mucho que me había equivocado con las primeras impresiones que mi estómago y prejuicios me lanzaron. Cojones, lo buena que es y lo mucho, muchísimo, que aprendí con ella en esa etapa.

Luego nuestras carreras tomaron rumbos diferentes y creo que en parte gracias a eso lo que era una relación estrictamente profesional se fue tornando en más personal, sin la interferencia de los roles de cada uno en la compañía. El hecho de que yo empezara a trabajar con su muy mejor amiga (como diría Mr. Gump) también contribuyó a ello.

Me enteré de la triste noticia de la reciente muerte de su padre en una de las periódicas comidas con ambas, y a la semana siguiente acudí a la misa funeral, para expresar a la familia mi apoyo y respeto, a pesar de no saber de él más que por vagas referencias en conversaciones con M., y todas ellas, he de decir, asombrosamente modestas. M., chapeau.


Todo transcurrió como Dios manda, hasta que llegaron los panegíricos. Es de ley que en ellos, las personas más queridas y cercanas al difunto honren su memoria con palabras de alabanza, amor, gratitud y admiración.

Pero lo que allí ocurrió me dejó maravillado. Y tocado.

Salió el marido de M. a hacer lo propio, siendo orador de reconocido prestigio, y lo hizo, y lo demostró. Demostró lo que el padre de M. era y seguirá siendo en el corazón de los allí presentes. Durante casi veinte minutos salpicados de risas y lágrimas hizo un repaso del hombre, del abuelo, de su familia, del empresario, de su gente, del hombre de bien, del suegro, de su tierra, del valiente, de su proyecto de vida, del hombre hecho a sí mismo. Del padre de M.

Yo cada vez me iba emocionando más y más, admirándole más y más, deseando haber tenido la oportunidad de conocerle y enfadándome cariñosamente con M. por no haberme hablado más de él.

No le conocía, pero me hubiera gustado.

Eso es lo máximo a lo que uno puede aspirar que se piense de él en su propio funeral.